viernes, 7 de octubre de 2011

16:00

A las 16:00 tengo programada la alarma del reloj. Bueno, decir programada es sin duda otorgarle demasiado empaque tecnológico al asunto, podríamos decirle que cada día justo después de comer (a veces todavía comiendo) de mi reloj emanan unos soniditos agudos (creo que la nota es un SI).

El día que decidí poner esa alarma tenía una idea clara. Quería crearme un condicionamiento hacia la felicidad, al igual que perro de Pavlov y otros ejemplos clásicos. Mi intención no era otra que, pasara lo que pasara, mi reacción a la recepción del sonido debía ser una sonrisa. Al principio, lógicamente, necesitaría aplicar toda mi voluntad y coraje, pero tenía entonces la esperanza de que llegaría el momento en que de forma automática ese sonido intermitente tirara de mis labios y de mi espíritu para, durante unos segundos, obligarme a ser plenamente feliz.

Fue aproximadamente en la época en la que dejé de subir a mi antena.

No hace falta decir que mi experimento biológico ha resultado un fracaso terrible. Lo único que recuerdo cada vez que me suena la alarma del reloj a las 16:00 es que soy una persona lo suficientemente tendente a la tristeza existencial que necesita de un recordatorio para ser feliz. Y es algo sencillamente triste en un mundo en el que los problemas reales son claramente otros.

Sí es cierto que la alarma me recuerda que debo esforzarme, que no puedo olvidar que hay que ser un poco mejor cada día y amar profundamente, sobre todo eso, amar profundamente.

viernes, 18 de febrero de 2011

El momento de la verdad

La he visto pasar de mujer y la amé.
La he visto pasar como un gato y la amé.
Cayó suave en forma de gota de lluvia y la amé
casi tanto o más que el día que era las ondas de un blues.
Con esfuerzo caminaba en forma de anciano y la amé,
se llevó por delante la ropa tendida y la amé también, claro que sí.
Un día era los muros del edificio y la amé.
Y cuando la luna, como hoy, es un botón la amo todavía más.
En los recuerdos la amé y en los deseos la amé,
en las costuras y en las palabras y en el olor a piedra mojada.

La amé en cada rincón de este mundo bajo mis pies.
Ahora voy a amarla desde cerca.

Y le prometo que la haré feliz.

lunes, 7 de febrero de 2011

Blink

Prefiero las noches estrelladas. Mis pupilas reflejan cientos de pequeños guiños luminosos y algún que otro avión volando demasiado bajo incluso para esta porción de cielo. Esos puntos que flotan intermitentes son insondables, inabarcables, inteligibles, forman parte de un universo que nació en días muy antiguos y que sólo se entenderá en un futuro muy futurible. Pero a pesar de todo me hacen mucha más compañía que la inmensa mayoría de las personas. No me preguntan por qué, ni qué, ni cómo, ni dónde o cuándo, me dejan que sea yo quien les pregunte y disfrute como un crío escuchando el silencio de sus respuestas.

Así que espero, paciente, a que aparezcan las estrellas, que me respondan con sus preguntas y tintineen para decirme que todo va a ir bien, porque el universo es enorme y realmente nunca pasa nada. Así que tranquilo.

De todos modos no hay nada de interés abajo y muy poco espacio aquí a mi lado.

A pesar de que intento concentrarme en el cielo se cuelan en mis oídos algunas voces de huéspedes del hotel y el ruido de las ruedas de los cubos de basura que cada familia comienza a sacar al umbral de su puerta. Un perro cuyo ladrido no reconozco parece realmente nervioso. Un coche utiliza cinco maniobras para dar la curva. El perro sigue ladrando. “Oye”, “shhh”, “calla, calla, calla ”. Pasos y personas que entran en la tienda bar.

Se acabó la magia antes de empezar la función. Más suerte la próxima vez. Espero veros pronto, estrellas, estrellitas, estrellas.

sábado, 29 de enero de 2011

Bruma

Asciende la densa bruma, la gris bruma, la pesada y pestilente bruma. Todas las ventanas están cerradas a cal y canto. Sólo yo quedo fuera. Acepto el reto aunque me sé perdedor.

Asciende bruma, te espero.

domingo, 23 de enero de 2011

Más frío que en verano (en la base Vostok de la Antártida)

Jamás nevará sobre estas cornisas, es imposible, por mucho que los huesos de los pocos y valientes transeúntes se hayan convertido ya en témpanos de hielo y el aliento de los animales, gélido como los fantasmas de los castillos rumanos, por un momento nos haga pensar que hemos retrocedido Pleistoceno y que estamos viviendo una nueva glaciación.

Me cuesta pensar que en algún lugar pueda hacer más frío que aquí arriba, hoy, ahora, en este preciso instante. Ya sé que habrá temperaturas más bajas en cientos de ciudades en el mundo, pero ¿no dicen que la sensación térmica es éso, una sensación, y por tanto subjetiva? Yo os digo que aquí ahora mismo hace más frío que en cualquier momento de la historia de la humanidad.

Un extranjero bastante corpulento sale del hotel. Su aspecto me es muy familiar(de hecho me suena su cara, podría ser actor de escenas de lucha en películas de Stallone). Ese hombre está pasando frío. Este posible especialista de películas de acción lleva guantes, gorro de lana y no deja de hacer, en una frecuencia muy pequeña, movimientos un tanto torpes para entrar en calor. Este hombre, probablemente nacido en algún pueblo de Idaho, está pensando "pues sí que hace frío aquí".

Aunque sí que hay posibilidades de que esta cornisa conozca la nieve. Imaginaos que hay un terremoto. Lógicamente mi posición se comprometería bastante, aquí subido a una antena, pero obviando ese pequeño detalle, centrémonos en una cadena de acontecimientos:

1. Terremoto
2. Cae la cornisa
3. El terremoto resulta ser un pseudo Apocalipsis. Todo la Tierra menos la Antártida queda devastada
4. En el año 3.946, mes de jmarzo, unos exploradores con remotos antepasados franceses descubren las ruinas de esta ciudad
5. Los restos de mi edificio pasan a ser parte de un museo al aire libre en la única zona poblada del mundo: la base Vostok en la Antártida
6. En agosto de 3.947 se inaugura el Museo de la Antigua Civilización, y, como no podía ser de otra forma, nieva

Definitivamente, hace frío.

Rápido, Pecas, ¡a casa!

lunes, 17 de enero de 2011

Hogar dulce hogar

No tengo ni la más remota idea de qué echan en televisión los lunes. Supongo que el resto de mis pocos vecinos de bloque tampoco, porque estoy seguro que estando aquí, apoyado como un acróbata en esta antena setentona no hago otra cosa que provocar interferencias en sus televisores. Y como nadie sube a decir nada entiendo que estarán haciendo otra cosa. Me alegra no molestar.

Del resto de la calle puedo ver algunas cosas e intuir bastantes más. Casi todas pequeñeces, pero es que no se ve muy bien todo y mi imaginación llega extenuada al final del día.

Cada familia ha construido su hogar como buenamente ha podido; algunos ven ese programa de lunes de nombre desconocido para mí, otros aprovechan para bajar la ropa tendida ayudándose de la luz de un teléfono móvil, incluso los hay que creo que están hablando de lo necesario que se vuelve un plan de pensiones. Pocos (imagino) que escuchan música con auriculares y dos hermanos de 4 y 6 años juegan a crear inventos imposibles mientras su madre recoge la comida y su padre ve por segunda vez el teletexto de la 2ª cadena, la única que se sintoniza correctamente.

Todos edifican su hogar día a día y conviven como pueden en familia. Puede que no siempre sean ejemplos de comportamiento para sus hijos. En ocasiones utilizan como excusa lo dura de la jornada para resoplar al escuchar las hazañas de Miguel en el partido del recreo y la injusta reprimenda sufrida por Martita por parte del profesor de Conocimiento del Medio. Incluso a veces sacan a Wilco hora y media más tarde de la cuenta.

No son perfectos, en absoluto, pero en ese triángulo escaleno que es la familia, se mantienen honrosamente en pie. Me cuesta juzgarlos, no sé qué pienso sobre ellos.

Pecas el gato huele los restos que asoman de una bola de papel de plata y se da cuenta mucho mejor de todas estas cosas. En realidad lleva aquí mucho más tiempo que yo.

jueves, 13 de enero de 2011

Men in Black

Hay ciudades tan altas... las nubes se pasean entre las personas y los rascacielos visitan estancias hasta hace pocos siglos imperturbables, reservadas a los dioses.

No es el caso.

Aquí todo está bastante bajo, cualquier altura es prácticamente a ras de suelo, las voces suenan muy muy de cerca, te arañan los sentidos; los latidos del corazón de aquel perro feuchillo son un primerísimo primer plano, un titular, una certeza mayor que cualquier estructura elevada sobre materiales con nombres para mí imposibles de reproducir.

Casi todo está vivo aquí, casi todo es escuálido y leve, pero palpita con tanta fuerza que podría generar su propio microcosmos, su particular universo, con sus reglas y leyes físicas, religiones y puede que personajes como el guardián de la nada, el fofo y casposo posadero/panadero o Pecas el gato. Como en la genialidad que es el final de Men in Black, en mi ciudad las motas de polvo son supernovas y la risa lejana al otro lado de la calle, un mensaje codificado de seres de otros planetas.